Quizá el mayor mérito de la película sea, precisamente, esa aportación de una nueva perspectiva sobre el Holocausto, una visión distinta, de inocencia desde una mirada en la que no cabe siquiera la posibilidad de que unos seres humanos, supuestamente civilizados y organizados en lo que se supone es un Estado moderno, se dediquen a exterminar metódica, aberrantemente, a otros seres humanos, por la “gravísima” causa de pertenecer a una etnia concreta y menor. Suave en apariencia y muy duro por dentro, sutil y nada frívolo al mostrar la cruda realidad del campo de concentración nazi pero sin olvidar que lo hace desde la mirada inocente de un niño, el film expone algo que queda totalmente claro, apesar de la horrible situación, quizas se presenta así para poder dosificar un poco la horrible situación que inundaba el aire, para desatender la presión y la horrible situación de la mano de un hilo que claramente nos deja ver que la amistad lo puede todo, a pesar de las 2 contrastantes realidades paralelas con las que cuenta Shmuel y Bruno
El desenlace, tan emotivo como improbable, tan sobrecogedor como impostor, como en la novela, casi toda la cuota de defectos de 90 minutos de cine de ejecución tan automática como eficiente, nos deja una declaración tan obvia que parece dudosa, entender que apesar de las adversidades y de las situaciones mas extremas, la inocencia, la pasion y la entrega por algo es capas de romper la obscuridad...y vaya que esta obscuridad es grande, grande como el mismo Holocausto pero que se queda corta ante la imponente y poderosa amistad de 2 pequeños que comparten un final no tan agradable
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